jueves, 18 de octubre de 2018

La exposición Hispano-Francesa de 1908

De cien en cien años

En 1808, durante la guerra de la Independencia, Zaragoza sufrió un terrible asedio de varios meses por parte de las tropas francesas. El ataque, que costó la vida a muchos de sus habitantes, terminaría con la ocupación de la ciudad, con la destrucción de buena parte de su patrimonio y con la ruina de su economía. La fecha quedó grabada como la más trágica de la historia contemporánea de Zaragoza.
Grabado donde se muestra la Zaragoza sitiada

Grabado donde se muestra la Zaragoza sitiada
En 1908 los zaragozanos organizaron el Centenario de los Sitios, con el que querían conmemorar aquellos terribles momentos y, sobre todo, superarlos hasta convertir a la capital aragonesa en una urbe moderna e industrial.
El principal acontecimiento del Centenario de los Sitios fue la Exposición Hispano-Francesa, un gran certamen artístico, industrial, científico y económico, que plasmó la entera reconciliación entre los dos países antiguamente enfrentados.
La Exposición Hispano-Francesa de 1908 tuvo un enorme éxito, hasta el punto de considerarse la clave del nacimiento no sólo de la Zaragoza moderna, sino de la entrada del conjunto de Aragón en el siglo XX.



Fluvi es la imagen de Zaragoza 2008


Fluvi es la imagen de Zaragoza 2008

Fluvi es la imagen de Zaragoza 2008

La expo 2008...

El Centenario de los Sitios

Desde el año 1901 algunos de los personajes más influyentes de Zaragoza: empresarios, políticos, catedráticos y artistas, empezaron a plantearse la posibilidad de conmemorar el centenario de los terribles sitios que las tropas francesas impusieron a la ciudad entre mayo de 1808 y febrero de 1809.
Se fueron aportando ideas muy diversas, que se irían desarrollando durante los años siguientes, y que culminarían en una gran celebración en 1908. Así se decidió restaurar construcciones dañadas en la guerra, como la Puerta del Carmen, levantar monumentos a los defensores de la ciudad, situar placas conmemorativas en lugares señalados, celebrar congresos históricos y una serie de exposiciones de carácter artístico, económico e industrial.
Florencio Jardiel Dovato
Florencio Jardiel Dovato
Para organizar con éxito un conjunto tan amplio de actividades, en mayo de 1902 se creó la Junta Magna del Centenario de los Sitios, de la que formaban parte todas las instituciones zaragozanas, desde el Ayuntamiento a la Universidad, pasando por la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País o la Real Academia de Bellas Artes de San Luis. El principal impulsor de la Junta Magna fue el deán del Cabildo de Zaragoza, Florencio Jardiel Dovato.
La mayor parte de las tareas planeadas por la Junta Magna se fueron desarrollando según lo previsto. Sin embargo, la más ambiciosa de ellas: la organización de una o varias exposiciones, no avanzaba con la misma facilidad. Las diferencias entre los promotores eran muy importantes. Para algunos tenían que ser varias muestras, y de carácter anual; para otros, sólo una gran exposición y centrada en el año 1908; unos consideraban que tenía que limitarse al ámbito aragonés, para otros había de ser nacional o, incluso, internacional. En lo que todos coincidían era en que el éxito del Centenario de los Sitios dependería, en gran manera, del triunfo de la exposición.
Basilio Paraíso Lasús
Basilio Paraíso Lasús
Por fin, en marzo de 1907, cuando los plazos comenzaban a ser mínimos, se tomó la decisión definitiva: se celebraría una única exposición, englobaría aspectos tan diferentes como lo artístico, lo industrial, lo histórico, lo comercial o lo pedagógico, y se nombraba responsable de su organización a uno de los empresarios más prestigiosos de la ciudad, Basilio Paraíso Lasús.
El reto que se le presentaba a Basilio Paraíso era muy complicado. Tenía que preparar los terrenos de la Exposición, construir un buen número de pabellones, organizar el certamen en secciones, contactar y convencer a los expositores, diseñar un programa de actividades de varios meses de duración y, todo ello, con muy pocos recursos económicos y muy poco tiempo: un año.
Nada más plantearse la iniciativa, entre muchos zaragozanos cundió el desánimo al entender que la muestra no estaría abierta en el plazo disponible o, en todo caso, apenas tendría presencia de expositores ni proyección en la vida futura de la ciudad. La experiencia negativa de las dos exposiciones aragonesas de 1868 y 1885, que por diferentes razones no habían logrado el éxito, no invitaba al optimismo.
Lejos de contagiarse de este espíritu pesimista, Basilio Paraíso, que empeñó su propio prestigio personal, hizo una propuesta de exposición muy ambiciosa, siguiendo el modelo de las grandes exposiciones internacionales que venían celebrándose desde 1851. Para ello, la estructuró en diez secciones que englobaban todos los aspectos de la economía y la cultura y, sobre todo, le concedió carácter internacional, al invitar a participar en ella al Gobierno Francés. Esto es importante porque iba a ser la segunda experiencia en organizar una exposición internacional en España.
La intención de Basilio Paraíso era que la Exposición Hispano-Francesa plasmara un sentimiento de reconciliación con Francia y tuviera la mirada puesta en el futuro y en el progreso económico y social. Esta voluntad no siempre fue bien entendida, ni tuvo el apoyo unánime de los zaragozanos; sin embargo, a la larga, habría de ser la clave del éxito del certamen.
Paraíso pertenecía a una generación de aragoneses, seguidores de las tesis regeneracionistas de Joaquín Costa, que veían en la relación económica con Europa a través de Francia, la mejor manera de modernizar y hacer avanzar a Aragón

El desarrollo de la Exposición

Superadas todas las dudas y dificultades para su organización, la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza fue solemnemente inaugurada por el Infante don Carlos de Borbón, en la mañana del día 1 de mayo de 1908.
El recinto de la Exposición estaba abarrotado por miles de zaragozanos que contemplaban, en lo que hasta hacía apenas un año era una simple huerta, un extraordinario conjunto de avenidas, magníficos edificios, fuentes, jardines y monumentos. Se trataba de una verdadera ciudad dentro de la ciudad y, además, era una apuesta de futuro. Colorista, alegre, limpia y moderna, la Exposición quería ser la imagen de la Zaragoza del futuro.
En sus pabellones, construidos en su totalidad expresamente para la muestra, se daban cita casi 5.000 expositores agrupados en diez secciones: Agricultura, Alimentación, Mecánica, Industrias químicas, Arte Retrospectivo, Bellas Artes, Pedagogía, Economía Social, Higiene, e Industrias diversas. Casi todos ellos eran españoles, aunque también había una numerosa representación de más de cuatrocientas cincuenta empresas e instituciones francesas, y un buen número de participantes de otros países europeos y americanos.
Hacían falta varios días para recorrer todos los stands del certamen. Además, los expositores comenzaban a ser conscientes de la necesidad de llamar la atención de los potenciales clientes y rivalizaron no sólo por la calidad de sus productos sino, también, por la espectacularidad de sus instalaciones. Los favoritos de los zaragozanos fueron los productos de lujo del Pabellón Francés, los automóviles, entre los que destacaban los Hispano-Suiza, las exposiciones de arte, y, sobre todo, la sección de Alimentación, siempre abarrotada, y en la que se podían degustar todo tipo de productos, desde licores hasta frutas, pasando por los aceites y las pastas. Sin embargo, los stands más visitados fueron los de pastelería y repostería, con nombres como Fantoba o Zorraquino, continuamente abarrotados.
Pero los visitantes de la Exposición no sólo podían contemplar los productos expuestos, también podían divertirse en el parque de atracciones levantado en uno de los laterales del recinto, acudir al Ilusiorama, que era un espectáculo a medio camino entre el teatro y el cine, escuchar conciertos en el quiosco de la música, refrescarse en el Jardín Botánico anexo al recinto o divertirse en el Gran Casino, donde diariamente se celebraban banquetes, bailes y espectáculos.


Los inventos...
Se pudieron ver espectáculos como el Ilusiorama
La Exposición Hispano-Francesa fue, ante todo, una fiesta. Durante más de medio año, buena parte de la vida de la ciudad se trasladó a la antigua Huerta de Santa Engracia, que vivía en bullicio permanente. En medio de aquel ambiente optimista, Zaragoza experimentó una profunda transformación. Como símbolos de aquel cambio, algunos de los inventos asociados a la industrialización, y que hasta entonces eran vistos con asombro y curiosidad, pasaron a integrarse en la vida cotidiana de los zaragozanos. Fue el caso del teléfono, el automóvil, el cine o, sobre todo, la luz eléctrica que todas las noches iluminaba el recinto ferial sorprendiendo a propios y extraños por su espectacularidad. Como dato anecdótico pero revelador de aquellos nuevos tiempos, en la Exposición Hispano-Francesa se instaló la primera escalera mecánica que vieron los zaragozanos. Se le conocía como tapis roulant que permitía subir desde el nivel de la calle hasta el piso superior del pabellón de La Caridad.
El resultado de ello fue un enorme e inesperado éxito de público en la Exposición. Según los organizadores, más de medio millón de visitas quedaron registradas y fue preciso retrasar el cierre de la muestra, inicialmente previsto para el 31 de octubre, hasta el 5 de diciembre de 1908. Ésta es una cifra importantísima ya que Zaragoza contaba a principios de siglo con cien mil habitantes.
Pero no sólo Zaragoza vivió con intensidad la Exposición Hispano-Francesa. Los aragoneses en general la hicieron suya. Incluso a nivel nacional fue un acontecimiento de primera magnitud. Como ejemplo del interés despertado en toda España por la muestra, destacan los personajes ilustres que visitaron la Exposición durante aquellos meses, desde el escritor Benito Pérez Galdós, al músico Tomás Bretón, pasando por el premio Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal. Pero, sin duda, la visita más significativa y valorada a la Exposición fue la que, en dos ocasiones durante los meses de junio y octubre, realizó el rey de España, Alfonso XIII, a quien acompañaron tanto el presidente del gobierno, Antonio Maura, como varios de sus ministros.

. La Exposición en el urbanismo zaragozano

La Exposición Hispano-Francesa de 1908 tuvo un papel de extraordinaria relevancia en el urbanismo contemporáneo de Zaragoza. Durante toda la centuria transcurrida desde los Sitios, la ciudad se había mantenido, exactamente, en los mismos límites urbanos tradicionales. Seguía encerrada en su núcleo histórico. La Exposición incorporó un nuevo espacio a la trama urbana y su recinto se convertiría, clausurada la muestra, en el primer ensanche burgués de la capital aragonesa y en el origen de la futura expansión de la ciudad hacia el sur.
El lugar elegido para la celebración de la exposición fue la denominada Huerta de Santa Engracia, formado por terrenos mayoritariamente provenientes del antiguo monasterio del mismo nombre. Se trataba un extenso solar circunscrito por el paseo de la Independencia, la calle de San Miguel y un amplio meandro trazado por el río Huerva camino de su desembocadura, en lo que actualmente son el paseo de la Constitución y el paseo de la Mina.
El Ayuntamiento de Zaragoza había comprado hacía años los terrenos e incluso tenía trazado un plan de urbanización. Sin embargo, el lugar resultaba poco atractivo para los zaragozanos. Les parecía una zona apartada y mal comunicado por lo que el proyecto del Ayuntamiento no prosperaba.
Con motivo de celebrarse en estos terrenos la Exposición Hispano-Francesa, se trazaron espaciosas calles en torno a una gran plaza central, la actual Plaza de los Sitios, se instalaron las infraestructuras de iluminación y saneamiento, y se construyeron, además de los pabellones provisionales, tres magníficos edificios que en el futuro serían destinados a Museo de Bellas Artes, sede de La Caridad y Escuela de Artes y Oficios, y que actuarían como germen de la futura expansión urbana.
Cuando se clausuró la Exposición, lo que había sido un lugar apartado y poco atractivo para los zaragozanos, era ya uno de los espacios urbanos más valorados. En pocos años comenzaron a levantarse los primeros bloques de viviendas y en menos de dos décadas la construcción del nuevo barrio podía darse ya por completamente terminada.

El arte de la Exposición

La Exposición Hispano-Francesa fue uno de los grandes acontecimientos artísticos de Zaragoza en todo el siglo XX. Con acierto ha sido considerado el triunfo del Modernismo en la ciudad, pero la Exposición fue, desde el punto de vista artístico, mucho más.
El recinto de la Exposición albergó una decena de grandes pabellones, de los cuales tres tenían carácter definitivo, es decir, que se mantendrían en pie después del cierre de la muestra. Se trataba de los edificios conocidos en aquel momento como Museos, La Caridad y Escuelas. Los tres fueron concebidos para darles un uso concreto a partir del día siguiente al cierre de la Exposición. El primero sería sede del Museo Provincial de Bellas Artes, el segundo acogería a una institución benéfica muy conocida en Zaragoza, y el tercero albergaría a la Escuela de Artes y Oficios. Este fue uno de los grandes aciertos de la organización de la Exposición puesto que permitió invertir racionalmente el gasto, construir edificios sólidos que quedaron para el patrimonio zaragozano (cien años más tarde siguen siendo magníficos ejemplos de arquitectura) y, finalmente, actuaron de germen del barrio de Santa Engracia.
Junto a ellos se levantaron una serie de pabellones provisionales, de arquitectura más débil, pero también más imaginativa. Del diseño general se encargó Ricardo Magdalena Tabuenca, arquitecto municipal y el profesional más prestigioso de su generación, que estaba a punto de culminar su carrera. Para la ocasión, Ricardo Magdalena, que también había sido el autor del diseño de La Caridad y, junto a Julio Bravo, de Museos, proyectó la Puerta de acceso al recinto y los pabellones provisionales de Maquinaria, Tracción, Alimentación y Gran Casino. Estos dos últimos fueron dos de los ejes sobre los que giró la vida de la Exposición por la animación que presentaron de manera prácticamente continua.
Mientras que en los edificios permanentes, se utilizó una arquitectura de inspiración en los estilos históricos, usando el ladrillo y las formas de la tradición renacentista, en los pabellones provisionales y en el arco de entrada Ricardo Magdalena prefirió un diseño más colorista y próximo al Modernismo. Aunque en los años anteriores algunos arquitectos, como José de Yarza, ya habían construido edificios modernistas, sería a raíz del éxito de la Exposición cuando el público zaragozano aceptara este tipo de construcciones imaginativas y con abundancia de decoración vegetal al identificar el estilo con el éxito del certamen.
Al ambiente modernista de la Exposición contribuyeron también otras dos obras de gran calidad: el Monumento a los Sitios diseñado por el escultor catalán Agustín Querol y el Quiosco de la Música de los hermanos José y Manuel Martínez de Ubago.
Junto a los construidos por la propia organización, hubo otros pabellones provisionales entre los que llamaron especialmente la atención el llamado Pabellón mariano (destinado a una exposición de productos religiosos), diseñado por un joven arquitecto catalán, José María Pericás, que simulaba una pequeña iglesia pero reinterpretada en líneas modernas y el Pabellón Francés, diseñado por Eugène Charles de Montarnal y del que, más que sus propias líneas, fue destacado el diseño de los jardines exteriores proyectados por el jardinero jefe de la ciudad de París.
También las muestras de arte fueron muy importantes dentro de la Exposición Hispano-Francesa. La más destacada de todas ellas fue la Exposición de Arte Retrospectivo, que estuvo alojada en el edificio de Museos y que puede considerarse como la de mayor relevancia de este género desarrollada en Zaragoza. En ella tuvieron acogidas cientos de obras de primera categoría, sobre todo de la época medieval y renacentista.
Hoy día resultaría imposible reeditar una exposición de arte histórico tan impresionante como aquella, que iba desde dos tablas románicas del siglo XIII hasta la presencia de tres cuadros debidos a la mano de Francisco de Goya; además de tapices, relicarios, dalmáticas, y un sinfín de piezas de primerísima calidad.
En el edificio de La Caridad se ubicó la Exposición de Arte Moderno, en la que hubo obras de autores contemporáneos como Juan José Gárate, Marcelino de Unceta, Félix Lafuente y otros más jóvenes, como el triunfador del momento, Francisco Marín Bagüés.
Sin embargo, la exposición artística más innovadora fue la Sala Catalana de Bellas Artes, donde se pudo contemplar el trabajo de grandes artistas a nivel internacional, como Corot o Rodin, nunca antes vistos en la ciudad.
Aunque su arte no fue bien comprendido por todos los críticos, los aragoneses más jóvenes tuvieron una oportunidad única de apreciar a los grandes maestros, y la aprovecharon.

En 2008, Zaragoza acoge una gran exposición internacional bajo el lema Agua y desarrollo sostenible. La elección de la fecha no es casual sino que sigue en la tradición de los acontecimientos de 1808 y 1908. Además, quiere ser una especie de reedición de la Exposición Hispano-Francesa en el sentido de convertirse en el inicio de una nueva época para la ciudad.

El arte de la Exposición


La Exposición Hispano-Francesa fue uno de los grandes acontecimientos artísticos de Zaragoza en todo el siglo XX. Con acierto ha sido considerado el triunfo del Modernismo en la ciudad, pero la Exposición fue, desde el punto de vista artístico, mucho más.
El recinto de la Exposición albergó una decena de grandes pabellones, de los cuales tres tenían carácter definitivo, es decir, que se mantendrían en pie después del cierre de la muestra. Se trataba de los edificios conocidos en aquel momento como Museos, La Caridad y Escuelas. Los tres fueron concebidos para darles un uso concreto a partir del día siguiente al cierre de la Exposición. El primero sería sede del Museo Provincial de Bellas Artes, el segundo acogería a una institución benéfica muy conocida en Zaragoza, y el tercero albergaría a la Escuela de Artes y Oficios. Este fue uno de los grandes aciertos de la organización de la Exposición puesto que permitió invertir racionalmente el gasto, construir edificios sólidos que quedaron para el patrimonio zaragozano (cien años más tarde siguen siendo magníficos ejemplos de arquitectura) y, finalmente, actuaron de germen del barrio de Santa Engracia.
Junto a ellos se levantaron una serie de pabellones provisionales, de arquitectura más débil, pero también más imaginativa. Del diseño general se encargó Ricardo Magdalena Tabuenca, arquitecto municipal y el profesional más prestigioso de su generación, que estaba a punto de culminar su carrera. Para la ocasión, Ricardo Magdalena, que también había sido el autor del diseño de La Caridad y, junto a Julio Bravo, de Museos, proyectó la Puerta de acceso al recinto y los pabellones provisionales de Maquinaria, Tracción, Alimentación y Gran Casino. Estos dos últimos fueron dos de los ejes sobre los que giró la vida de la Exposición por la animación que presentaron de manera prácticamente continua.
Mientras que en los edificios permanentes, se utilizó una arquitectura de inspiración en los estilos históricos, usando el ladrillo y las formas de la tradición renacentista, en los pabellones provisionales y en el arco de entrada Ricardo Magdalena prefirió un diseño más colorista y próximo al Modernismo. Aunque en los años anteriores algunos arquitectos, como José de Yarza, ya habían construido edificios modernistas, sería a raíz del éxito de la Exposición cuando el público zaragozano aceptara este tipo de construcciones imaginativas y con abundancia de decoración vegetal al identificar el estilo con el éxito del certamen.
Al ambiente modernista de la Exposición contribuyeron también otras dos obras de gran calidad: el Monumento a los Sitios diseñado por el escultor catalán Agustín Querol y el Quiosco de la Música de los hermanos José y Manuel Martínez de Ubago.
Junto a los construidos por la propia organización, hubo otros pabellones provisionales entre los que llamaron especialmente la atención el llamado Pabellón mariano (destinado a una exposición de productos religiosos), diseñado por un joven arquitecto catalán, José María Pericás, que simulaba una pequeña iglesia pero reinterpretada en líneas modernas y el Pabellón Francés, diseñado por Eugène Charles de Montarnal y del que, más que sus propias líneas, fue destacado el diseño de los jardines exteriores proyectados por el jardinero jefe de la ciudad de París.
También las muestras de arte fueron muy importantes dentro de la Exposición Hispano-Francesa. La más destacada de todas ellas fue la Exposición de Arte Retrospectivo, que estuvo alojada en el edificio de Museos y que puede considerarse como la de mayor relevancia de este género desarrollada en Zaragoza. En ella tuvieron acogidas cientos de obras de primera categoría, sobre todo de la época medieval y renacentista.
Hoy día resultaría imposible reeditar una exposición de arte histórico tan impresionante como aquella, que iba desde dos tablas románicas del siglo XIII hasta la presencia de tres cuadros debidos a la mano de Francisco de Goya; además de tapices, relicarios, dalmáticas, y un sinfín de piezas de primerísima calidad.
En el edificio de La Caridad se ubicó la Exposición de Arte Moderno, en la que hubo obras de autores contemporáneos como Juan José Gárate, Marcelino de Unceta, Félix Lafuente y otros más jóvenes, como el triunfador del momento, Francisco Marín Bagüés.
Sin embargo, la exposición artística más innovadora fue la Sala Catalana de Bellas Artes, donde se pudo contemplar el trabajo de grandes artistas a nivel internacional, como Corot o Rodin, nunca antes vistos en la ciudad.
Aunque su arte no fue bien comprendido por todos los críticos, los aragoneses más jóvenes tuvieron una oportunidad única de apreciar a los grandes maestros, y la aprovecharon.


La huella de la Exposición

Detalle del monumento a los Sitios de Querol
Detalle del monumento a los Sitios de Querol
Cuando en la noche del 5 de diciembre de 1908, en el Teatro del Gran Casino, se clausuraba la Exposición Hispano-Francesa, los zaragozanos tuvieron una sensación de profunda tristeza. Eran conscientes de que habían vivido un momento único y que su ciudad había cambiado definitivamente.
Han pasado cien años y esos cambios siguen siendo evidentes. La huella de la Exposición Hispano-Francesa sigue viva en la geografía urbana de Zaragoza.
El recinto de la Exposición es un barrio consolidado en el mismo centro de la ciudad en torno a la amplia plaza de los Sitios, uno de los pocos espacios verdes de la zona, y en cuyo centro se alza el magnífico monumento levantado por Agustín Querol en memoria de los defensores de la ciudad. Una auténtica joya modernista.
Las amplias calles que convergen en la plaza son la primera muestra del urbanismo ordenado y espacioso, concebido para el tráfico rodado, de la Zaragoza contemporánea.
Junto a la plaza se levantan los tres pabellones construidos para la Exposición Hispano-Francesa con carácter permanente: la Escuela de Artes y Oficios, posterior Escuela de Bellas Artes, debida a la mano de Félix Navarro, el Museo Provincial de Bellas Artes y, tras éste, el edificio de La Caridad. Tres de los mejores edificios públicos de la arquitectura zaragozana de comienzos del siglo XX.
En el Parque Grande se conserva una de las joyas del modernismo local: el Quiosco de la Música de la Exposición. Llegó allí después de un curioso periplo que le condujo hasta el paseo de la Independencia y vuelta a la plaza de los Sitios.
Monumento dedicado a la Exposición Hispano-Francesa
Monumento dedicado a la Exposición Hispano-Francesa
También relacionadas con la Exposición Hispano-Francesa, aunque sea de manera indirecta a través del Centenario de los Sitios, Zaragoza conserva el monumento a Agustina de Aragón, de Mariano Benlliure, en la plaza del Portillo; el Mausoleo de las Heroinas, en la iglesia del Portillo; la Cruz del Puente de Piedra; diferentes lápidas conmemorativas de los Sitios en los puntos más señalados de la ciudad; la Puerta del Carmen, aislada para resaltar su presencia; y el Monumento a la Exposición Hispano-Francesa, con el busto de Basilio Paraíso incluido, también en el Parque Grande.
Pero la mayor herencia que tuvo la ciudad de Zaragoza de aquella Exposición fue la de un acontecimiento que marcó una nueva época, hasta el punto de estar presente en la memoria colectiva de sus habitantes y proyectarse hacia el futuro en forma de una nueva celebración, ahora ya completamente ajena a los tristes sitios de la ciudad, en el año 2008   











No hay comentarios:

Publicar un comentario

jota

castillo de loarre